Nuevamente el Adviento, y tras él la Navidad. Las luces de la calle nos lo recuerdan. Y aunque
inviten al consumo y al regalo, las luces de Navidad infunden un nosotros el despertar de lo
bueno que todas llevamos dentro. Seamos creyentes o no seamos.
Pero los adornos callejeros de la Navidad –y no digamos de los grandes almacenes- no nos
remiten al misterio de Dios hecho hombre. Que se hace hombre con todas sus consecuencias.
Se hace vulnerable y débil.
En Adviento no esperamos a un Dios que nos solucione los problemas. Esperamos a un Dios
frágil, débil, y vulnerable que camina con nosotros. Pocas veces en las redes sociales se
muestra la vulnerabilidad y la debilidad de las personas. Pero aunque las ocultemos forman
parte de nuestro ser persona. Y conviene vivir reconciliados con dicha vulnerabilidad.
En Belén la vulnerabilidad ni se oculta ni se rechaza con la queja. Se asume desde la alegría,
porque por la vulnerabilidad entra Dios en nosotros. Y el Dios vulnerable nos entiende,
acompaña y sostiene. Así son las cosas de Dios.
El Adviento es oportunidad para acoger al Dios que viene hecho Niño frágil y que nos salva de
protagonismos, autosuficiencia, prepotencia, etc. Y desde su debilidad nos salva haciéndonos
más humanos, más alegres porque no estamos solos… y más divinos.
Buen Adviento y gozosa Navidad.

José Antonio Ruiz Cañamares, sj